Origen de la violencia, el narcotráfico y la corrupción en Ecuador




La corrupción y  la violencia ha adquirido en Ecuador niveles extraordinarios, a tal punto que este país pasó a ser segundo  el país más violento del mundo luego de décadas de haber sido el más pacífico de Sudamérica y lo ha hecho en solo 8 años.

Para entender este fenómeno social tenemos que ubicarnos primero en el contexto geográfico, pues Ecuador se ha convertido en un país violento luego de que Colombia se convirtiera en violento, desde la llamada Guerra de los Mil Días, que le permitió a Estados Unidos apropiarse de la provincia de Panamá,  para poder construir el Canal de Panamá, para lo cual financió y armó a los liberales y conservadores de Colombia para que se mataran,  En los años 50,  luego del llamado Bogotazo, en que murió el candidato presidencial Eliécer Gaitán, la guerra entre  conservadores y liberales se complicó y dio paso en los años 60,  luego de la Revolución Cubana, a la guerra anticomunista, en que la FARC y el ELN se convirtieron en la resistencia armada a los gobiernos afines con Estados Unidos, pero cuando desapareció la URSS,  que financiaba a las guerrillas de América Latina, y a los partidos comunistas, buscaron financiamiento y desarrollaron la extorsión, el secuestro, el cultivo de coca y su procesamiento, así como desarrollaron vínculos con el narcotrafico.   Esto dio paso a la llamada guerra sucia en que los guerrilleros, los militares y los paramilitares colombianos  destrozaron todo lo que significa dignidad y derechos humanos,
En los años 70 Estados Unidos llevó adelante el llamado Plan Cóndor que corrompió a las fuerzas armadas de Sudamérica, esto permitió a los militares cometer atrocidades, secuestros, asesinatos, violaciones y toda clase de violencia, contra la población que los financiaba y los llenaba de soldados.  Esta atrocidad y violencia llegó a niveles que superan a todo lo que ha vivido el continente en su historia,  fueron los países del llamado Cono Sur los más afectados es decir Paraguay Brasil Uruguay, Bolivia   y Chile .
En los años 90 Fujimori y Abimael Guzmán en Perú, llevaron la corrupción a un nuevo nivel,  destruyendo la moral de los campesinos peruanos que pasaron de ser guerrilleros a ser narcotraficantes, productores de cocaína, y mineros ilegales de oro, convirtiendo al país en el segundo mayor productor de cocaína hasta el día de hoy.
Luego del Gobierno de Rafael Correa en Ecuador, este país se convirtió en presa de Donald Trump y Mike Pompeo, un ex director de la CIA, que corrompió a Lenin Moreno, un ex vicepresidente de Correa, que lo traicionó a él, y que volvió a permitir la presencia norteamericana en la Base de Manta, y a  ser el principal presidente sudamericano que ayudó a la destrucción de UNASUR, la Unión de Naciones  Sudamericanas, que tenía su sede cerca de Quito,   e instauró en Ecuador una Corte de Justicia y un Consejo Nacional Electoral, para perseguir a Rafael Correa y a los correistas, e impedir su regreso al país, usando la justica,  esto convirtió´al poder judicial, las elecciones y consultas populares,  en el centro de la corrupción del país. 
 Luego la dolarización, la pandemia, la cuarentena el distanciamiento social, la internet, la teleducación, el teletrabajo,  produjeron una crisis económica y una nueva forma de relación social,  donde el celular y la internet son el centro, esto más la corrupta oligarquía de Guayaquil, que controla la banca y la exportaciones, puso en el poder a Guillermo Lasso,m  el banquero más rico,. muy relacionado con el lavado de dinero en paraísos fiscales, como Panamá, Delaware, y a Daniel Noboa,  el mayor terrateniente  exportador,de banano, cuando los embarque de banano son los más contaminados por cocaína,  de los embarques que salen de Ecuador,  ambos vinculados al narcotráfico a Europa, que convirtió a Ecuador en una zona de guerra entre los carteles de Colombia y México, que llevan droga a Estados Unidos, y el Cartel de Albania, que lleva droga a Europa y  que está detrás de las campañas presidenciales de los últimos gobiernos,  de la apropiacion del puerto de Guayaquil,  ahora el principal exportador de cocaína Europa en el mundo.
Los gobiernos, la dolarización, el narcotrafico,  los cárteles y las pandillas,  que ahora ya no solo operan desde las cárceles, o los barrios pobres, sino incluso desde los colegios, mas las facilidades que tiene Ecuador para mover droga,  el precio y la demanda en  EE UU Europa por  cocaína, que ahora es la droga menos letal,  ha llevado a Ecuador a  convertirse en uno de los  países más corruptos y violentos del mundo. Esto ha alterado el comportamiento humano de la población,   que se ha convertido en una población afectada emocionalmente,  donde el miedo y el odio se traducen en votos, relaciones personales y conducta generalizada,  esto es lo que ha cambiado el funcionamiento del sistema nervioso central y ha creado nuevas formas de relación entre las neuronas de la población más expuesta a la violencia, a la pobreza, a la emigración  y al desempleo.

¿Tendemos naturalmente los seres humanos a la corrupción? Lo que dice la neurociencia

Resonancia magnética del cerebro.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,La neurociencia ha empezado a explorar cómo el poder político y el contexto institucional influyen en la actividad cerebral asociada a decisiones corruptas o inmorales.
    • Autor,Susana P. Gaytan
    • Título del autor,The Conversation*

A estas alturas parece indiscutible que la corrupción es uno de los peores daños que se pueden hacer a las sociedades democráticas. El mal uso de la autoridad, de los derechos o de las oportunidades que nos otorga el ejercicio del poder es contrario a la ley y a los principios morales. Pero la realidad es que se produce una y otra vez.

¿Cuándo (y cómo) nace este impulso amoral dentro del cerebro? ¿Somos, acaso, seres con una tendencia innata a la corrupción?

Anticipemos la respuesta alejando fatalismos: la corrupción no es una enfermedad y, desde luego, no es inevitable.

La neurociencia ha empezado a explorar cómo el poder político y el contexto institucional influyen en la actividad cerebral asociada a decisiones corruptas o inmorales. En un cerebro sano, la tentación de adoptar un comportamiento corrupto debería crear un conflicto entre el deber y la acción. Así, a los estímulos que incentivan la conducta corrupta –como obtener beneficios personales abusando de una situación ventajosa– se contrapondrían elementos disuasorios –como el miedo a un posible castigo–.

Ante este dilema, ¿se podría anticipar qué inclinará la balanza hacia un lado o hacia el otro en cada individuo?

Recompensa y autocontrol

Existen datos que indican que "caer en la tentación" o sucumbir a la corrupción requiere la intervención de varios sistemas cerebrales. Los circuitos que regulan la recompensa, el autocontrol y la evaluación moral de los comportamientos personales son los más afectados.

De entre ellos, destacan los circuitos que gratifican una determinada conducta y nos motivan a repetirla. Se trata de áreas que liberan neurotransmisores en el cerebro en respuesta a obtener dinero o estatus.

Como resultado, cada vez que una acción corrupta (por ejemplo, un soborno sustancioso) se produce con éxito, se refuerza la conexión entre las neuronas que favorecen que el comportamiento se repita. Y eso rompe el equilibrio entre impulso y control en el cerebro que sucumbe a la corrupción.

Imagen que ilustra el concepto de corrupción.

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Pie de foto,Cada vez que una acción corrupta se produce con éxito, se refuerza la conexión entre las neuronas que favorecen que el comportamiento se repita.

En cierto modo, la satisfacción del éxito obtenido bloqueará los mecanismos de evaluación de la ética de los actos.

Concretamente, hay estructuras responsables de la planificación a largo plazo y la inhibición de impulsos, cuyo correcto funcionamiento debería ayudarnos a resistir frente a una gratificación tentadora y apostar por otros beneficios futuros, como forjar una buena reputación o garantizar una larga carrera política. Pero la activación de los circuitos de satisfacción inmediata bloquea estas vías.

Además, el cerebro es muy de "donde fueres haz lo que vieres", lo que puede resultar demoledor en la lucha contra la corrupción. La razón es que nuestro comportamiento social se seleccionó, durante millones de años de evolución, para encajar en un grupo de pertenencia, asumir sus normas y, con ello, obtener su aprobación.

Salir de eso requiere gran fuerza emocional, creatividad y, muchas veces, pagar el precio de la soledad.

Así que si en nuestro entorno se manejan unas conductas "dudosas", existe el peligro de que el cerebro las adopte como propias. Como ya mostró hace años el experimento de Solomon Asch, la presión social influye en el juicio individual, incluso cuando la respuesta correcta es obvia.

Por tanto, en entornos que normalizan la corrupción, la presión del medio activa las áreas del cerebro social, aumentando la motivación a emular la conducta grupal aunque se oponga a los principios éticos individuales.

Si la exposición a prácticas corruptas se perpetúa en el tiempo, sufrimos desensibilización: la reiteración atenúa la respuesta de las áreas nerviosas encargadas de identificar el peligro y silencia la señal de "alarma moral" en nuestro cerebro.

Prevenir con contextos nada permisivos

La mejor manera de prevenir la corrupción es cambiar el contexto social donde se desenvuelve el cerebro humano.

Somos seres sociales, que necesitamos la aprobación en nuestro grupo de referencia. Si no pedimos la rendición de cuentas o vivimos en contextos institucionales permisivos, estaremos normalizando la conducta corrupta y atenuando los mecanismos internos de honorabilidad.

Esto da lugar a un fenómeno de "racionalización" que permite reinterpretar una conducta inapropiada hasta, incluso, comenzar a percibirla como "necesaria", o como mínimo "menos grave", normalizando el comportamiento enviciado.

Numerosas evidencias muestran este "ajuste mental" hacia la corrupción. Entre ellas, investigaciones basadas en técnicas de neuroimagen que muestran que quienes ostentan poder modulan su valoración de ganancias personales "al alza".

Falta de empatía y costo ético

La neurociencia ha demostrado también que al tomar decisiones desde niveles de poder, los cerebros procesan de modo más benevolente el costo ético asociado a un acto corrupto.

La falta de empatía es otro problema, ya que estamos ante una capacidad que contribuye a la conciencia social y reduce la propensión al engaño. La corrupción distorsiona las prioridades comunitarias, agravando la desigualdad. Y el cerebro se inclina hacia todo lo que supone un beneficio personal, volviéndose más "egoísta".

Hombre aceptando un soborno.

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Pie de foto,En entornos que normalizan la corrupción, la presión del medio activa las áreas del cerebro social, aumentando la motivación a emular la conducta grupal aunque se oponga a los principios éticos individuales.

En definitiva, el poder prolongado tiende a reforzar la atención en metas propias y a debilitar las redes neurales de autocontrol. Esto configura un cerebro menos sensible, en el que se desactivan todas las señales que permiten la reciprocidad entre las personas.

Sin duda, todas estas evidencias pueden aportar nuevas herramientas de prevención ante las corruptelas. Fortalecer las normas éticas y las redes de control pueden ayudar a "resistir la tentación", recuperando los mecanismos que se inhiben en el cerebro corrupto.

Por el bien común, es vital implementar las formas más eficaces de reprobación social.

*Susana P. Gaytan es profesora titular de Fisiología, Universidad de Sevilla, España.

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NN was a musician from Norway who arrived in Ecuador in 1999 when Ecuador was experiencing an economic, social, and political catastrophe du...