Mientras trabajaba en la investigación sobre malaria en Esmeraldas, específicamente en el Cantón Muisne, Mi esposa me fue a visitar. Quedamos en encontrarnos en el muelle de Muisne, ella llegó al frente, a El Relleno, y al no verme tomó una lancha que traía un ataúd, y que se regresaría a Chamanga, donde ella creía que me encontraba, pero yo estaba al frente, en el muelle de la isla leyendo un libro.
Cuando la fui a buscar en El Relleno, me indicaron que ella se había embarcado en una lancha e que ya corría al sur. Yo logré encontrar otra lancha que me llevaría solo hasta Cojimíes a la entrada del Estuario de Muisne, y desde alli tomé otra a Sálima, pensando que ella llegaría este pueblito, donde estaba trabajando, pero Verónica fue directamente a Chamanga.
Verónica, viajó buena parte del trayecto sola. luego de cruzar la temible boca de Bolívar, donde el mar choca contra arrecifes y piedras formando columnas de agua y entra en el manso estuario de Chamanga. Los pocos pasajeros de la lancha se iban bajando, hasta que se quedó con motorista, temiendo ser atacada y violada, muy nerviosa apretaba un cuchillo que llevaba escondido. llegó en la lancha al muelle, donde los pescadores comenzaron a celebrar su llegada, pensando que era una nueva prostituta. Desembarcó junto con las jabas de cerveza, que venían casi todas las tardes, pero cuando les preguntó por mí y por los médicos recogían la sangre, para combatir la malaria, se dieron cuenta que aquella guapa mujer era la mujer del doctor que trabajaba con los médicos investigadores.
Chamanga era un pueblo de pescadores de langostino, trabajadoras de las empresa que exportaba el camarón pelado y congelado, que estaba frente la desembocadura del Río Salima, que se llama Frigo Cojimíes, llena de hombres armados hasta los dientes, que recogía en lanchas a la mujeres de Chamanga, para pelar y empacar los camarones en tres turnos diarios. Además desde hacía décadas, era el lugar de fabricantes de carbón de mangle.
El pueblo tenía tres niveles o pisos, en el nivel más bajo estaban los atracaderos de las lanchas, los muelles y la calle de tierra, donde las mujeres y niños peleaban el camarón en cualquier casa. Sobre el fango negro de los manglares abundaban los botes, y lanchas, en un segundo nivel, estaban los salones de baile, los hoteles, las cantinas, ahí se vivía el delirio de la fiebre del camarón, y en un tercer piso, el colegio, el centro de salud y una planicie con pocas casas en ese entonces, pero con una gran vista de enorme estuario.
Verónica preguntaba casa por casa si le podían dar hospedaje, hasta que legó a un hotel de dos pisos, de caña guadua y zinc, en que las habitaciones estaban separadas por cañas que dejaban ver el cuarto de a lado, por lo que apenas llegó, apagó la luz y miraba por la ventana lo que pasaba en la cantina del frente, donde llegaban caballos que era amarrados a palos, los hombres entraban y salían borrachos, las mujeres en el salón estaban vestidas de fiesta con caras llenas de coloretes.
La música tropical estaba en todas partes, no paraba ni de día ni de noche, pero ella se quedó dormida por el cansancio. A primera hora de la mañana salió al muelle y encontró una lancha que la llevó a Salima, donde nos encontramos, me reprocho por no esperarla en El Relleno donde llegan los buses, frente a la Isla de Muisne.
Dos de mis hermanos habían estudiado posgrados en el extranjero, tenía compañeros casados y con hijos que tambien lo había hecho. Comencé a darme cuenta que ser un médico revolucionario en los campos, donde todavía estaba la mayor parte de la población y la pobreza en Ecuador, era como pretender salvar a una persona que se está ahogando en el mar.
Recordé cuando fui a salvar a dos personas en Atacames. Llegué nadando hasta una mujer que la corriente del mar la arrastraba lejos de la playa, esa mujer se aferró a mi aterrada, la corriente ahora nos arrastraba a los dos, ella estaba hundiéndome, al ponerse sobre mí, tuve que noquearla con un puñetazo en el mentón para poder remolcarla hasta la playa. Lo peor no fue eso, sino que a su hermano lo traían los pescadores boca abajo en el mar y al llegar a la playa comencé a hacerle maniobras de resucitación, al cabo de una hora, la gente de la playa que miraban, creyeron que yo estaba loco, tuve que enfrentarme a golpes con los que intentaron separarme de náufrago,
Cuando reaccionó, lo llevé a mi consultorio y le aplique directamente adrenalina al corazón, esto le devolvió el ritmo cardíaco, pero la anoxia, hacía que cada ojo se moviera para un lado diferente, los músculos se contraían y relajaban cada uno por su cuenta, los brazos y las piernas de igual manera, era como la llamada danza de San Vito, un estado convulsivo en que entraban los negros, luego de rituales de macumba, en que toman mucho alcohol y bailaban desenfrenados, lo vi un sábado en la cantina de Salima.
Lo llevamos al hospital de Esmeraldas, y los médicos recomendaron su traslado a Quito. La mujer y su hermano eran de Colombia, pertenecían al Opus Dei, una congregación religiosa que en ese momento controlaba el Vaticano, mediante el papa Juan Pablo II, consiguieron el avión, pero no quien vigile al enfermo, que seguía inconsciente con movimientos automáticos, no había tensiómetro ni estetoscopio que me presten para acompañarle en el vuelo, así que le dejé en prenda a una enfermera el anillo de oro de mi boda, que me regaló mi esposa. El paciente llegó a una clínica en Quito, mi profesor de medicina interna en la Universidad Central le devolvió a la normalidad, pero cuando regresé por mi anillo de bodas, la enfermera negó que lo hubiese tomado como prenda hasta devolverle el tensiómetro y el estetoscopio del hospital, simplemente me robó. Desde entonces Verónica y yo no usamos el anillo de bodas en nuestras manos. Ella siempre me recuerda mi estúpida ingenuidad.
El recordar esta experiencia, mi trabajo como médico de pobres, salvando vidas, luego de jugarme la vida, para terminar en el desempleo, parecía una maldición, mientras mis compañeros especialistas ganaban dinero y la gratitud de sus pacientes en sus consultas privadas, clínicas y hospita de Quito, sin arriesgarse para nada.
Mi padre y mi familia eran de la clase media alta,con buenas posibilidades económicas, me irritaba, me enfurecía, me convencía a diario que la calidad humana de los pobres de mi país era mala, de que yo no era Cristo ni el Che Guevara, que los pobres no son agradecidos, valientes, ni confiables en este país.
No lo fueron los promotores de salud de la OCAME, que no me respaldaron cuando tenían que hacerlo para impedir que me despidieran y me dejaron sin trabajo, a pesar de que los había acompañado y capacitado desde 1976.
Entonces en 1991, llegó el Cólera a Esmeraldas desde el Perú, por primera vez al país Esta peste mataba personas en 48 horas a lo largo de la costa ecuatoriana, donde la fiebre o boom del camarón, movilizó 150.000 familias al borde costero, para deforestar manglares, capturar larvas, construir, vigilar y trabajar en las camaroneras, Estas familias habían creado pueblos y barrios miseria, sin agua potable ni alcantarillado, con casuchas de cañas y zinc sobre pilares de mangle, aquí las aguas servidas de la ciudad se estancaban antes de que las arrastre la marea, como el Barrio El Pampón o la Isla Piedad de Esmeraldas.
CIESPAL, donde había estudiado producción radiofónica, con el fin de desarrollar la comunicación para la salud, usando los medios masivos, me contrató para que hiciera un documental sobre la llegada del Cólera en Ecuador.
La llegada del colera por primera vez a Ecuador, cambió la política sanitaria del gobierno de Rodrigo Borja, se implementó camas especiales con un orificio al centro para los pacientes con cólera que tenían diarreas incontenibles, unidades de cuidados intensivos en los hospitales y centros de salud, pero sobre todo, dio agua potable y alcantarillado, a los municipios, parroquias y barrios marginales, esta fue la mayor inversión de su gobierno.
Luego de hacer el documental volví a ser un desempleado. Entonces leí en el periódico un anuncio que ofrecía estudios en Rusia. Visité el lugar y luego le dije a Verónica, mi esposa, que quería irme a estudiar a Rusia, pero ella me dijo que ella también quería hacerlo, lo que me pareció justo, es que a nuestras hijas las podíamos dejar a cargo de su madre, Doña Marujita en Esmeraldas.
Consulté con mi padre la posibilidad de demandar a la Universidad de Heidelberg, por mi despido intempestivo, e hicimos una demanda contra esa universidad y con ese dinero, más el arriendo del departamento en que vivía en Quito y un crédito del IECE, Instituto Ecuatoriano de Crédito Educativo y Becas, gracias a la admisión en la Politécnica de Volgogrado para estudiar CÓMO HACER NEGOCIOS EN LA NUEVA FEDERACIÓN DE RUSIA, nos fuimos, y me fui llevando muestras de una planta medicinal que quería vender en ese país, la guaviduca.