El petróleo cambió la vida de los ecuatorianos desde 1974. Antes el presupuestos estatal era 10 veces menos. Con el petróleo se inició la gran revolución vial, educativa y sanitaria del país, que para entonces tenía la mayor parte de su población en los campos, además la llegada de la radio en los años 40 y la television en los años 60, cambió la forma de relacionarnos, de ver al mundo y a nuestra propia vida.
El militarismo, se convirtió en una moda, incluso mi hermano y yo estudiamos en una seudo academia militar , el Colegio Brasil de Quito, dirigida por el coronel Jorge Salvador y Chiriboga, un ex-rector del Colegio Militar Eloy Afaro, y con profesores militares como el mayor Druet, militar activo de inteligencia del ejército de que nos daba educación fisica y no tenía nada de inteligente, el mayor Toledo profesor de matemáticas, que era un brutote, que sabía sumar y restar, o un marino, el comandante Paz y Miño, algo más inteligente que nos enseñaba inglés.
En aquel colegio yo era uno de los mejores estudiantes desde 1968 a 1974, llegando a ser un rabioso comandante de curso. que se enfrentaba a menudo al tramposo, hipócrita, mentiroso, chistoso, o payaso y mas vago, que por lo general era el presidente del curso elegido por votación popular. Desde los 12 años aprendí que en mi país se elige presidente en cualquier organización al peo, no al mejor, que el voto directo o secreto es siempre una forma de protesta, de oposición al orden vigente, no un consenso, como aparenta. Curiosamente el hijo de rector, un completo neo-nazi, que marchaba con su paso marcial al caminar, se vestía con nuestro uniforme militar impecable, y llegó a ser jefe del colegio, era un déspota completo, que luego estudió en la marina, llegando a ser alto oficial de la aviación naval, y fue el enamorado de Verónica, mi esposa, pero ella lo despreció por su doble moral serrana, pues como todos los militares de esos tiempos, se creían los adonis, los play boys, los mejores galanes.
A diferencia de mí, Luis, mi hermano más querido, el mayor, era el vago del colegio, se fugaba de clases, no hacía los deberes, le encantaban los caballos de carreras, pues mi padre que era el presidente del hipódromo, allí, mi hermano era juez, amigo de los viciosos jinetes, que les encantaba el alcohol, los prostíbulos, los gallos de pelea, las apuestas, mientras el hipertiroidismo y la manía depresión arruinaban su vida.
Mi madre recomendó que se lo mande al servicio militar obligatorio para corregirlo, mientras tanto yo asistía en su lugar a la facultad de derecho de la Universidad Catolica, pues teníamos los mismos nombres sólo, que yo tenía además de Luis Rafael Moreno, un tercer nombre Maximiliano.
Mientras mi hermano hacía la conscripción en el cuartel Teniente Ortiz, de la frontera con Colombia, en Tulcán, era humillado por los militares, intimidado por otros conscriptos que le apodaron pantera, porque decían que caminaba como la Pantera Rosa, de los dibujos animados, flaco, alto, blanco de ojos verdes, a escondidas leía libros de comunismo y marxismo que compraba pasando la frontera, en estos tiempos del PLAN CÓNDOR, donde ser comunista era peor que ser maricón. En el cuartel enseñaba a leer y a escribir a sus compañeros, que eran en su mayoría campesinos anafabetos, el cuartel le acercó a los ecuatorianos marginados.
En la Universidad Católica, yo me reunía en la cafetería con mis compañeros y compañeras, la crema y nata de Quito, los niños ricos que llegaban a la universidad para lucir su auto, su ropa sus joyas, hablar de fútbol, de las últimas novelerias, de sus amigos, familiares y políticos encumbrados, o en la troncha, como se los llamaba, de su próxima fiesta o dia de discoteca, Su mundo me pareció estúpido, hueco, tonto.
Cuando mi hermano regresó del cuartel estaba fisica y psicológicamente afectado. Los militares, no sólo que lo maltrataron, sino que inclusive lo usaron para que mi padre los librara de cortes marciales, a cambio de no continuar martirizándolo, eran sargentos y oficiales que habìa cometido delitos violentos y maltrato mortal a los conscriptos, por los que enfrentaban juicios, además mi hermano y sus compañeros conscriptos, había sido obligados, a transportar o dejar pasar el contrabando de los oficiales en la frontera y hasta debían ir a buscarles prostitutas en Colombia.
Los libros de comunismo, las historias de mi hermano, así como la estupida vida de mis compañeros en la universidad, conmovieron mi consciencia. Mi país, en realidad, no era un problema de leyes y gobernantes, como me lo hacían creer en la Universidad Católica, era un problema de vida y muerte de millones de seres humanos, donde los militares, que ya tenían años en el poder, había convertido a este territorio, en un lugar invivible para los pobres, donde todos les éramo útiles, les servimos para ser los cabrones padres de esta Patria, a los que engordamos en tiempo de paz, defendemos en tiempo de guerra y tememos.